Fotografía: Francisco Henríquez
NUESTRA PÉSIMA MÚSICA NO
ES PLACER PARA DIOSES
La escena rockera de Llayllay en los 90's
Orlando Duque Duque
(Año 1994, aniversario del Liceo Politécnico Llay-Llay. Festival de la Canción en el Teatro Municipal).
Se abre el telón y se encienden las luces. Entre el humo artificial aparece una banda compuesta por tres chascones que comienzan a tocar “Killing in the Name” de Rage Against The Machine.
–¿De dónde son estos weones?
–¡Son de acá po!
–¡Ohh los weones grosos!
A mediado de los 90’s (incluso desde un poco antes), pero particularmente en aquella década, en Llay-Llay comenzaron a aparecer algunas bandas de rock que a puro pulso y en condiciones bastante precarias conformaban parte de la escena rockera de nuestro querido pueblo. Por nombrar solo algunas, bandas como “Aracnofobia”, “Vermex”, “Ofidio”, “TacaTaca Rock”, “Patelaucha”, “La Mather Fucker Band”, y otras bandas más experimentadas para la época como “Alto Voltaje” y “Caso Clínico”, fueron protagonistas de una época en donde al igual que esta (al menos en Llay-Llay) encontrar un espacio para desarrollarse en el ámbito musical era una tarea bastante ardua, pero casi siempre nos las ingeniábamos para salirnos con la nuestra y hacer música ( bueno, está bien, ¡al menos intentarlo!, algunos con menos talento y otros con más). Claramente nadie daba un peso por nosotros, pero en respuesta a eso teníamos una gran capacidad de organización y autogestión.
Para contextualizar, estoy hablando de una época donde en Llay-Llay (y me atrevería a decir que en el resto del país) la internet ni siquiera se encontraba en nuestras mentes y los celulares solo eran vistos de cuando en cuando en series futuristas de TV o películas de ficción (películas en VHS por cierto). No existían los mp3s y pensar siquiera en tener un computador era algo muy lejano. Si se quería gestionar una amplificación, conseguir un local, convocar gente a una tocata, invitar bandas o simplemente conseguirte algún cassette había que hacerlo por medios tradicionales –“a pata”–, no como hoy en donde la masificación del celular, de la internet y las redes sociales online (Facebook, MSN, MySpace y todas esas vainas) cada vez nos hace estar más ubicables y a cualquier hora.
Si bien es cierto que los años han pasado, que en esta era de la informática todo ocurre de manera vertiginosa, a un clic de distancia, las necesidades de los músicos y “músicos de alma” siguen siendo las mismas. Démosle un vistazo a lo que acontecía en aquellos años: salas de ensayo improvisadas y aisladas con la típica “bandeja de huevos” (que estamos claros que NO SIRVE!!!), amplificación de mala calidad (muchas veces conectando la guitarra o el bajo al equipo de música de la casa), ensayos en un cuartito en el último rincón del patio para “no molestar”, soportar las piedras en el techo de nuestros vecinos reclamando por la bulla, atender a la puerta a los carabineros por los ruidos molestos, conseguirse una guitarra o un bajo en chuchunco, amarrar la cuerda que se nos cortó (porque no había ni plata ni dónde comprar cuerdas) acarrear a pulso, en bicicleta o con suerte en una carretilla una batería prestada (conseguida con “el tío de un amigo de un primo” ) tallar una baqueta desde un palo de escoba o simplemente tomar prestada la cuchara de palo de la casa, hacer uñetas con un “tazo”, pegarse un pique a San Felipe a conseguirse un pedal de efecto con un conocido, etc. etc. etc.… entre otros “gajes del oficio” –que ud. joven músico lector debería conocer a la perfección– componían el cotidiano de los días de ensayo de las bandas de antaño. Según veo, hasta ahora las cosas creo que no han cambiado mucho para las bandas locales desde el punto de vista técnico y logístico, aunque debemos reconocer que ahora la gente es un poco más tolerante que entonces y existen más facilidades para adquirir instrumentos, equipos decentes y amplificación de calidad. El factor común que une a nuestras generaciones es ¿dónde ensayar? A mediados de los 90’s hizo su aparición el Centro de Integración Musical (CIM), organización no formal y particular que facilitaba una sala de ensayos equipada la cual se podía arrendar por horas… pero uno como estudiante no siempre contaba con los recursos económicos necesarios. Muchas bandas optaron por volver a ensayar en el patio de la casa, en alguna bodega o en una sala de colegio a cambio de hacer el aseo.
Las inagotables horas de ensayo daban sus frutos en escenarios tales como El Fortín Ferroviario, El club Comercio, las discos Fab y Let It Be (la “Leti”) y en innumerables tokatas al aire libre a lo “Woodstock” en el patio de la casa de algún amigo solidario con papás “buena tela”.
El contar con un espacio exclusivo para ensayar ha sido desde siempre un tema sensible y transversal para toda banda, independiente del estilo que cultive. La autoridades han hecho la vista gorda a esta necesidad y lamentablemente aun no existen espacios disponibles que ofrezcan mayores oportunidades para el desarrollo musical.
Varios años han pasado ya desde entonces. Me admiro al pensar que ya han pasado más de 15 años. Muchas de aquellas bandas ya son cosa del pasado y solo se mantienen vivas en los recuerdos de quienes de algún modo nos sentimos protagonistas de aquella época. Sólo los más obstinados se han mantenido musicalmente en pie desde entonces, como fósiles vivientes y testigos de una escena rockera con la cual espero con ansias volver a reencontrarme.