Estruendo mudo
Se acaba el año y pareciera que no sólo se trata de días, ni de horas o de tránsito de planetas, pareciera que al acercarse el solsticio de invierno, cuando la Tierra está en el punto más lejano al sol, provocará en nosotros acercarnos aún más a aquellas situaciones que se desbordan en otras vidas. En este escenario, en un día cercano al Wetripantu, se encontraba Antonio, un joven que le gustaba trabajar en las alturas, colgado de algún edificio y que en sus ratos libres se arrancaba del ruido urbano para colgarse en la Naturaleza y perderse entre las montañas rocosas y la vegetación que lo saludaba a su paso. Pero este día todo era diferente, se encontraba tirado en la cama de su habitación a oscuras, como si en esa oscuridad se pudieran reflejar aquellos seres diminutos que se habían alimentado y crecido gracias a su desecho emocional. Nunca lo pensó así, que sus emociones no abordadas, terminarían convertidas en desechos emocionales invisibles y serían alimentos de otros seres, que perturbarían sus sueños de lavanda y de vuelos.
Este nuevo ciclo o término del año, a Antonio lo perturbaba, tenía a ratos la sensación que una boca lo devoraba, parecía que algo en él se estaba carcomiendo como si lo arremetiera un cáncer silencioso. A veces, sentía que estaba en un ritual en donde él era el sacrificio. Veía como seres bailaban a su alrededor, y acercaban sin llegar a tocarlo, seres con enormes y deformes caras, con bocas que se abrían y cerraban emitiendo unos alaridos burlescos hacia su existencia. Avanzaban tan rápido, y el vértigo se apoderaba de él, como si su existencia se redujera a un estropajo húmedo y maloliente. Cuando estaba a punto de arrastrarse entre medio de las figuras que reían y bailaban grotescamente a su alrededor, suena una llamada. Era el presente. Antonio, logra acercar su celular con la punta de sus dedos, y un poco aturdido por el soplo que sentía en su corazón, exhausto, casi sin aire, contestó: ¿Quién eres? Y el presente sólo le dijo ¡Vamos!, Los seres que a esa altura habían hecho suya la habitación de Antonio, desaparecieron rápidamente, sólo se iluminaba en su cuarto la figura de su madre. Vió sus manos de esfuerzo, y las tocó, pero esta vez estaban frías, ¡¡¡estaban tan frías!!! Que las soltó abruptamente. Se estremeció, dejando caer casi por completo su celular, cuando nuevamente escucha ¡Vamos! Aparece ahora, frente a sí, su padre. Trató de tocarlo y abrazarlo, pero él cada vez más se alejó, hasta perderse por completo y ceder su espacio a fantasmas que seguían atormentando su corazón roto y su mente dislocada. De pronto, en un estruendo mudo, todos los seres se volvieron uno. Su mente se comenzó a desdoblar, pasado o presente, algo era especial en este momento de ser, porque de alguna manera sabía que esa vida, aunque fuera un holograma, iba a parar y de alguna manera se alegraba de eso, pero por otro lado, hubiera querido detener el segundo en donde vió a su padre y a su madre, sólo le quedaban algunos objetos que habían sido testigos de esa visión y que de alguna forma se habían impregnado de la presencia de sus pilares. Sí, ¡¡¡la vida iba a parar!!! Y si era así, ya no volvería a sentir su cama, en la cual había reposado junto a su madre tantas veces cuando era chico, ni volvería a escuchar historias de su padre que le comentaba la gente y que le servían para no olvidar y reconstruir con paciencia el rompecabezas de su infancia, ni volvería a sentir el aroma del ajo, que, en vez de ahuyentar espíritus, le traía el mensaje de su niñez. Cuando estaba siendo una vez más atrapado por sus recuerdos que aún le causaban tanto desgarro, pero que también se aferraba a ellos como un niño desesperado, lanza un grito de rabia y se coloca de pie. Casi sin sentir dolor y sin darse cuenta que todo su pecho sangraba, se secó sus lágrimas de fuego y espantó con su mirada aguda y penetrante toda esa locura que lo estaba envolviendo. Se dijo: - ¡¡¡De no ser lo que era, mi carne se convertirá en una quimera con olor a rosas y que venga lo que es con toda su fuerza, porque por algo vivo y siento la energía de las estrellas en mi pecho!!!-
Eran las cinco de la madrugada. Se despertó sudando, al parecer lo peor había pasado, se tocó su cuerpo, sintió como su corazón latía abruptamente, aún no recobraba del todo la conciencia, ¿había sido real?, ¿lo había sido? Afuera, la luna aparecía menguante y Antonio acababa de expulsar un gran vómito catártico después de su sueño. Se levantó. Se puso rápidamente su ropa. No tenía tiempo para pausas reflexivas, una energía lo sobrepasaba y era necesario hacer algo con ella. Agitado, tomó su bicicleta. Dió vueltas y vueltas sin sentir ni el frío ni el cansancio. Hasta que paró. Sí, ahora podía volver a respirar. Estaba aquí otra vez, nuevamente era él, el muchacho que llevaba su vida dentro la ciudad y en las montañas y que disfrutaba de su presente. Miró el cielo, aún estaba oscuro y sintió el frío de un Otoño crudo cerca de la Cordillera. Uff, ¿qué rayos había pasado entre la noche y la madrugada?, todo le pareció tan extraño y a la vez se sentía tan extasiado. Sí. Estaba vivo. Tenía sus manos. El pimiento estaba aún donde lo recordaba y los perros aullaban largamente en aquella madrugada. Dio vuelta su bicicleta, metió su mano en la chaqueta que llevaba y encontró unas hojas de un romero que se despedazaba en su bolsillo, ¡que buena manera de estar aquí !– se dijo a sí mismo- Se fue a su casa sintiendo ese aroma fuerte del romero de uno de los cerros de los que se había colgado, saludó a su vecino que salía del negocio con una bolsa de pan, eran las 08:00 de la mañana, el tiempo había transcurrido de una inusual manera. Entró a su casa, amarró su bici, tenía una sensación de liviandad y no podía dejar de esbozar una sonrisa… Algo se había desatado en las profundidades de su conciencia y el presente volvía a ser su amigo.
Evelyn Muñoz Castillo