Reflexiones de mi madre
Fotografías de Luciano Díaz Godoy
Andrea Godoy (54 años) en la cocina de su casa. La casa, de autoconstrucción, está llena de ventanas en todos sus muros. Quillota, Chile. 2020
Las manos de Andrea Godoy (54 años) sostienen una mazorca de maíz. Andrea siembra y cosecha en su patio, parte del alimento que come a diario. Quillota, Chile. 2020
Andrea Godoy (54 años) sale hacia el techo, por la ventana de su pieza. Al salir se encuentra a la altura de las copas de los árboles del pequeño bosque, dominando la vista de todo el espacio circundante. Quillota, Chile. 2020
Andrea Godoy (54 años) en la cocina de su casa. La casa, de autoconstrucción, está llena de ventanas en todos sus muros. Quillota, Chile. 2020
Luciano Díaz Godoy, 1992.
Fotógrafo documental chileno. Su trabajo gira en torno a grupos urbanos, juventud e identidad latinoamericana. Sus fotografías han sido expuestas en Salvador de Bahía, New York y Valparaíso, entre otras ciudades. Ha sido premiado en Foto Prensa Chile y en Visual Storytelling de Lensculture.
“Reflexiones de mi madre”, ensayo fotográfico que muestra la vivencia de mi madre en estos días de aislamiento.
Cuando tenía tres años, mi familia decidió salir de la capital de Chile para vivir en el campo en una pequeña parcela, que fue mi nido de infancia y adolescencia.
Después de viajar y vivir en muchos lugares, el destino me hizo coincidir con mi madre para pasar esta cuarentena por el Covid-19 en su casa, en la región de Valparaíso.
Estas fotografías son reflexiones mutuas entre mi madre y yo.
La fotografié en parte de su rutina diaria, por varios días.
A partir de estas fotografías ella escribió un relato, que da cuenta de sus reflexiones personales en el contexto del aislamiento que estamos viviendo.
Reflexiones de mi madre.
Mi casa esta llena de ventanas, de esas de madera, de vidrios chiquitos, antiguas, compradas en demoliciones.
Nos acompañaron arrumbadas, de cambio en cambio de casa, hasta que al fin llegaron a ser parte de los muros construidos a pulso del hogar familiar.
¿Qué historias guardan? ¿Cuántas reflejan? ¿ Cuántas observan?
Hoy las ventanas están cerradas. Y como tantas otras mujeres y hombres alrededor del mundo, estoy aislada en mi casa, resguardada detrás de una ventana. Como el maíz en su capullo dorado. Tesoro escondido, digno, noble y generoso regalo del sol. Memoria sagrada. Ha visto nacer y morir a generaciones. Ha vivido pandemias y guerras. Y sigue aquí, recordándonos que somos parte del ciclo de la vida, que siempre renacemos del útero de la tierra.
Amo la tierra, mi huerta es mi refugio. Todos estos años he persistido en sembrar y guardar semillas. En la generosidad de la tierra encuentro mi medicina y alimento. Y pienso que hay tanto que aprender de la vida sencilla, tanto que agradecer lo que tenemos cerca, simplemente volver a casa, a la madre tierra.
A ratos, cierro los ojos y sueño con los que han dejado este mundo antes que yo, mis muertos queridos, mis ancestros, mis amores.
Nos vemos de lejos, nos reconocemos y volamos felices al encuentro.
El abrazo es luminoso y sin tiempo. Bailamos juntos. Me dejo mecer en sus brazos amorosos. Y vuelvo a recordar que somos eternos, que la muerte es parte de la vida y la vida un misterio.
A veces la mañana pesa. La luz del sol cae sobre mis hombros como un deber.
Y es en ese momento, al borde de la cama, que hoy más que nunca tengo que buscar muy dentro mío, el motivo para seguir yendo al mundo. A este mundo restringido por la pandemia, cada vez mas íntimo y pequeño.
Poder respirar cada día, me hace agradecer que con los años me he ido amigando con mi cuerpo.
He empezado a cuidarlo, a tratarlo con más cariño y respeto. A entender que somos energía vital. El ejercicio, la lectura, el canto de los pájaros, el silencio, el alimento que llevamos a nuestra boca, el aire que respiramos, las relaciones que escogemos, todo nos nutre.
Hoy agradezco mis decisiones de vida. Es un regalo vivir aislada, en el campo, para enfrentar la pandemia.
En estos días de encierro, empiezo por mover unas cajas que hace tiempo quedaron apiladas con un “mañana las veo”. Con solo abrirlas, los recuerdos brotan y se desparraman por la casa, con toda su memoria fresca.
Libros escolares, ropa, uno que otro cuaderno, dibujos, los infaltables “legos”, fotos de mis hijos que ya no viven conmigo.
Y aquí estoy yo, sola, en medio de mis recuerdos.
De pronto ya no hay cuarentena, ni virus, ni años, ni distancia, y me siento aquí y ahora con todos, como antes. Por un solo momento.
¿Qué día es hoy?, ¿Lunes, sábado?
El tiempo se diluye en una nebulosa. Los desayunos se alargan y casi duran al medio día. Las prioridades cambian. De algún modo la vida se hace más lenta. Esa velocidad me acomoda. Algo dentro de mí se acopla. ¿Será la frecuencia de la naturaleza?
La mañana se hace dulce y liviana, los pájaros se acercan a mi ventana, respiro el aroma del bosque, inhalo aire puro, visualizo que soy fuerte, sana, y estoy en paz. Y así veo al mundo.
Imagino la enorme y bella fiesta en el jardín que haremos con toda la familia y amigos, cuando haya pasado la pesadilla y podamos volver a abrazarnos.
Fotografías: Luciano Díaz Godoy
Texto: Andrea Godoy Caso
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