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Fotografía: Rodrigo Salinas Muñoz

¿POR QUÉ SOL Y LLUVIA SIGUE SONANDO?

(Para escuchar la memoria. Tercera entrega)

Raúl H. Contreras Román

¿De dónde salió tanto pueblo? ¿De dónde estalló tanta fuerza acumulada? ¿De dónde emergieron los alienígenas que asustaron a Cecilia Morel y sus amigas del grupo de WhatsApp? 

Cuando miraba los videos de lo que sucedía en Chile desde el ya histórico 18 de octubre prestaba especial atención a la música que acompañaba el despertar del pueblo chileno. No me fue del todo sorprendente que “El baile de los que sobran” se transformase rápidamente en himno. Tal vez no podría haber sido otra canción la que ocupase ese lugar. Las calles se llenaban de colores que parecían transformarlas en una pasarela para las comparsas de un verdadero carnaval, el carnaval de los que sobran. De los que por primera vez se tomaban por asalto la opinión pública, aquella que —todo, menos pública— les había ignorado por tanto tiempo. Tampoco me sorprendió ver una Plaza de la Dignidad cantando a coro “El Pueblo Unido”, ni los videos de chilenos en muchas ciudades del extranjero haciendo lo propio. Me emocionó profundamente, pero sin sorpresa, ver a miles cantando “El derecho de vivir en paz”, de Víctor, cuando el infame presidente decidió sacar a los milicos a la calle. Igualmente me emocionó ver estudiantes cantando “Mi verdad”, de Ana Tijoux, y saber que el esfuerzo de dotar de contenido alternativo a la homogénea televisión chilena había dejado su banda sonora también en la gente. 

Entre todos esos sonidos —unos venidos de lejos, de la memoria más profunda del pueblo consciente; otros, de pocos años antes del estruendoso estallido de octubre y, finalmente, otros tantos, muchos, impulsados por el flujo de creatividad desde el que nacieron nuevas canciones que se integraron rápidamente a la banda sonora del movimiento— lo que realmente me sorprendió fue la ubicua presencia de las canciones de Sol y Lluvia. Ahí estaban, esas que tod@s nos sabemos, las que podemos recitar o silbar como el más avezado estudiante de solfeo. Ahí estaban aquellas canciones que nos han hecho encontrarnos tantas veces, reconocernos y saltar como en un antiguo rito Masái. Saltar hasta que los pies marquen el ritmo y, el golpe de la cabeza en el cielo, el pulso colectivo e imaginario. Las canciones que nos hacen reconocernos en esa rítmica que al parecer viene en nuestro ADN chilensis, como otros ritmos han sido acuerpados en otros cuerpos, en otras latitudes.

Sol y Lluvia siempre ha estado. Pensé. Pero ese estar sempiterno no es casual, ni evidente. 

Siempre es injusto ponerse a ponderar para la odiosa comparación el aporte que artistas y agrupaciones musicales hicieron a la lucha contra la dictadura. Es igualmente injusto cuando se trata de evaluar el aporte que tal o cual músico o agrupación han hecho en el mantenimiento y fortalecimiento de la memoria en Chile. A casi todas y todos los músicos que pusieron su canto al servicio de la recuperación de la democracia, esa democracia, o más bien los que se adueñaron de ella en la eterna transición, les miró con un extremo desdén y los intentó echar al olvido. 

¿Cuántas veces hemos visto en la televisión a Patricio Manns? ¿Cuántas veces pudimos escuchar en una radio importante a Schwenke & Nilo? ¿Por qué nunca más los medios supieron de Isabel Aldunate, Ana María Miranda, Gabriela Pizarro o Nano Acevedo? Por qué las y los músicos que clandestinamente grabaron “El Camotazo” en 1988, aquel disco de formación y defensa popular, pasaron de esa clandestinidad obligada por la dictadura, al anonimato obligado por el silencio de la cultura de la democracia. Tratar de enlistar acá a las y los olvidados es imposible, no solo porque sean muchos; más allá de eso, porque seguramente a muchos de ellos ni siquiera les oí alguna vez… lo que demuestra que la labor del silenciamiento cumplió su objetivo. 

La suerte que corrió Sol y Lluvia no fue muy diferente, pero con ellos la sentencia del olvido no fue acatada. Al igual que como sucedió con otras y otros artistas que fueron fundamentales en las luchas contra la dictadura en los ochenta, los que musicalizaron las jornadas de protestas y, sobre todo, aquellos que lo hicieron desde las poblaciones; el trío de los hermanos Labra no apareció en las revistas, ni en la televisión, ni en las grandes radios de la cultura nacional de los noventas y de los principios del nuevo siglo. Sin embargo, la gente no se olvidó de ellos. Siempre estuvieron. Siempre sonaron. Sus casetes piratas no dejaron de reproducirse y para muchos de nosotros fueron una especie de formación política. Descubriendo el sentido de algunas de sus letras podíamos acercarnos a la historia reciente del país.  

Cuando digo que “la gente” no se olvidó de ellos, desde luego no me refiero a “toda” “la gente”. Habría que restar, en primer lugar, a la gente que habita en esos reinos de muy muy lejano donde ganó el Rechazo. Luego, habría que restar también a una parte de la gente que, siendo cercana a las ideas de la izquierda, los miró siempre con una especie de desprecio; como creo que, un sector importante de la “izquierda ilustrada” o lo que en otro tiempo se llamó whiskizquierda, siempre ha mirado aquellas prácticas culturales que consideran “menos refinadas”. Alguna vez un músico de conservatorio con el que compartía una conversación se refirió despectivamente a Sol y Lluvia, llamándoles “Sólo bulla”.

Para esos grupos de personas, la presencia de Sol y Lluvia durante estos más de 30 años (la banda ya tiene 40), puede ser irrelevante. Pero lo cierto es que en muchas casas de los sectores más populares de Chile ese grupo se siguió escuchando y sus casetes piratas, se colocaron en la misma caja donde se guardaban los de Amerikan Sound, junto a todo lo que vino de fuera y que acompañó la vida con los sonidos que la industria cultural del país consideraba divertimentos del bajo pueblo.

Pero no sólo eso. Sol y Lluvia, siguió estando presente porque ellos, como músicos optaron por seguir cantando ahí donde los reflectores no llegan. No fue el mercado que los desplazó a la periferia. Ellos nacieron en esa periferia y decidieron continuar entregando su música ahí. Por eso lo mismo que cantar en teatros o estadios regionales, lo hacían en una sede poblacional, en una plazoleta, en la cancha de un barrio. Es cierto, cantaron y siguen cantando en todos esos espacios pequeños; pero, no debe olvidarse un dato no menor para la historia de la cultura popular de Chile: Sol y Lluvia fue la primera banda chilena en llenar el Estadio Nacional, un 09 de abril de 1999.

¿Y de dónde salió todo ese pueblo que llenó el Nacional? De ahí, de todos esos espacios a los que se le hacía poco o nada de caso en los medios nacionales. De aquellos lugares que Sol y Lluvia no dejó (ni ha dejado) de recorrer nunca en “un largo tour”. Por cierto, de ahí salió y sigue saliendo todo ese pueblo que se ha tomado las calles desde octubre del año pasado. 

Creo que ahora cuando pensemos en ese pueblo y queramos poner sonidos a nuestros pensamientos, en esa musicalización debemos considerar el repertorio de los hermanos Labra. Ya lo hizo, con mucha justicia y belleza, Gonzalo Justiniano en su película “Cabros de Mierda”, de 2017*. Así también, con la misma justicia y belleza, lo han hecho las personas que han sacado sus parlantes a la calle para animar las marchas, las concentraciones y las asambleas en las que se reúnen todas y todos los que quieren cambiar las cosas, “para que nunca más en Chile…”. En estos días en que el pueblo chileno parece estar abrazando con gran esperanza y compromiso el futuro que colectivamente imagina, “hay que apretar el presente con brazos y voces que hoy puedan cantar”. 

Cuando murió Pinochet, un amigo me comentó irónicamente: y ahora, ¿qué cantará Sol y Lluvia? Porque para muchos lo de Sol y Lluvia eran panfletos contra la dictadura hechos canción. También porque varios años después del fin de la dictadura, en cada concierto de la banda el “¡y va caer!”  seguía siendo el coro popular que, un público transformado en hinchada, entonaba en cada trozo instrumental de las canciones. Murió Pinochet y parece estar agonizando parte del nefasto legado que nos dejó, y Sol y Lluvia sigue cantando y sonando.  Porque no eran treinta pesos, ni era solo Pinochet lo que debía caer… Porque lo que musicalizó Sol y Lluvia no era un panfleto, lo que se hizo música con ellos fue y es parte de la conciencia y de los anhelos más sentidos del pueblo chileno. 

El 25 de octubre por la noche, cuando escribí a mi amiga Francisca Gálvez para preguntarle cómo iba la cosa en Llay-llay, si ya había resultados; me contestó que no, que aún no llegaban noticias. Que ella estaba en El Ancla. Me compartió entonces un video con el escenario montado y la gente que comenzaba a llegar para lo que sería después la celebración en uno de los rincones de Chile donde el Apruebo se impuso con mayor contundencia. No podía ser diferente, la música con la que se esperaba ese momento de esperanza desatada era la de los hermanos Labra. Desde ese momento, cada vez que recibí videos de celebraciones de otros lugares de Chile, imaginé que de fondo sonaba Sol y Lluvia y que los saltos colectivos se organizaban al ritmo de sus canciones. 

 

* Cabros de Mierda. 2017. Dirección Gonzalo Justiniano

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